sábado, 29 de agosto de 2015

La Oja en Loja

Loja es un lugar que me ha encantado por demás. Llegué aquí luego de algunos malos días en Montañita, que básicamente se resumieron a unas ganas en el corazón de irme, y simplemente irme. Así que me fui, y por suerte me puse en contacto con Bruk, un amigo cordobés que conocí en Lima, que me dijo que estaba en Loja con su compañero Santiago, haciendo música y viviendo muy bien con ella. Adiós, Montañita, dije, dejando allí a mis amigos y a mi hasta entonces compañero de viaje Jhonatthan, quien se quedó trabajando en ese lugar abundante en fauna letal (los mosquitos más asesinos que jamás he visto), todo tipo de drogas y fiestas. Y me fui a Loja, sin saber exactamente dónde era ni qué paisajes presentaba. Es así, nuevamente, el corazón lo dictó y allá fui. Llegué y lo corroboré; al salir de la terminal vi un puente con notas musicales e instrumentos varios, y dos inscripciones:

"Aquí se cultiva el lenguaje universal de la música"

"Allí donde oigas cantar, allí te puedes quedar".


Sí, lo supe: en Loja iba a pasarlo bien. Casas chiquitas, un ambiente apacible y, a lo lejos, montañas y más montañas. No sé cómo explicar lo que me transmite Loja; tal vez sean las edificaciones pequeñas y coloridas, el frio que es aún así acogedor, la gente vestida de todas formas, las plazas, las calles angostas, el mercado (el más lindo que vi hasta ahora), podría ser una mezcla de todo eso, pero creo que es algo más, un aire de paz, aire de algo especial que evidentemente muchos viajeros no pueden entender, ya que Bruk, Santiago y yo parecíamos a veces ser los únicos extranjeros en todo Loja. Nos hemos cruzado con algunos turistas, pero vienen unos días y siguen viaje. Bruk y Santiago estaban en Loja desde hace 20 días antes de que yo llegara, y se quedaron dos semanas más en las que estuvimos cantando en bares por las noches, compartiendo hamburguesas y papi-pollos (Loja me hizo engordar un poco), conviviendo de forma muy linda los tres. Cuando se acercó mi cumpleaños se asomó la idea de pasarlo en Montañita ya que, si bien mi experiencia no había sido buena, tenía a mis amigos y al mar esperándome allí para festejar a lo grande. Entre idas y vueltas fui, y pasé un cumpleaños hermoso, del cual luego les contaré mejor.

Así es que pasé 4 días en Montañita y regresé a Loja, a seguir disfrutando esta felicidad indescriptible que me genera este lugar. Es la dosis perfecta de tranquilidad y movimiento de gente. Quisiera poder contar más, pero una imagen vale más que mil palabras. Y unas cuantas imágenes, ni hablar.












lunes, 10 de agosto de 2015

Cosas que aprendí viajando

Aprendí que...

- viajar es muy fácil, MUY.

- hay más gente buena que mala en el mundo, sólo que la buena tiene miedo de la mala porque ésta sale en televisión.

- la buena onda atrae buena onda.

- compartir es cultural, no pasa tanto por la bondad del corazón (aunque algo hay que ver), sino por haber sido criados con la idea de simplemente compartir lo que se tiene a quien lo pueda necesitar. Es una costumbre, una hermosísima costumbre que abunda en latinoamérica, al menos, por donde he andado.

- el lugar que se visite, como espacio físico en sí, influye un 15% en el disfrute de la estadía. El 85% lo influye la gente que se conoce o con la que se comparte el lugar.

- a veces es tiempo de verano, y a veces de invierno; es importante respetar los ciclos.

- una ducha sin agua caliente no es la muerte de nadie (aunque podré decir realmente eso cuando haya ido a Cuzco a ducharme con agua fria).

- dicen que viajar sola siendo mujer es peligroso, pero creo que más bien lo contrario, ya que todos intentan cuidarte como pueden, creyendo que es así de peligroso.

- prestar atención es fundamental; atención.

- la gente con energías o vibras o lo que sea similares se atraen entre sí, lo cual a veces puede resultar en grupos afines y armoniosos, o en un enredo de intereses vinculares (triángulos, cuadrados, polígonos de todo tipo).

- la gente amada se vuelve más amada en el viaje, esté cerca o lejos: los lejanos por la añoranza, los cercanos porque son todo lo que tenemos, y al no tener casa, se convierten en nuestro hogar.

- la vergüenza es una barrera que parece rígida e impenetrable al principio, pero con respiraciones y tomando el salto, se atraviesa, y lo que hay del otro lado es mejor que todo el oro del mundo.

- muchas personas no demuestran con sonrisas o palabras, sino con acciones y gestos de amor.

- la realidad es un juego, un reproductor de video que reproduce nuestra mente, y nosotros tenemos el control remoto y hasta tenemos un estudio para editar ese video a nuestro gusto dentro de nuestra mente, pero muchos no lo sabemos. Viajando aprendí que la realidad se ajusta a lo que deseo en la medida en que me animo a tomar ese control sobre mi peli.

- la soledad y la compañia forman un delicado equilibrio en mi vida, que a veces se desbalancea cuando las personas que están no son las que necesito, o cuando no hay personas. Esos momentos de soledad me han hecho sentir mal en ciertos días, pero cuando pasan y vuelvo a estar con la compañía justa me doy cuenta de que era necesaria la falta de compañía para saber acompañarme a mí misma también.

- todo es posible; lo dicen tanto y lo creía tan poco hasta que comencé a viajar.

- la música es un regalo que sana y libera, y ser portadora de ese regalo hace que yo esté siendo la persona más feliz del mundo, sin lugar a dudas.

- enamorarse es maravilloso y expansible; me he enamorado de tantos lugares, momentos y seres que mi corazón debe tener el triple de tamaño a esta altura (eso explicaría mi aumento de peso! Jaja)

- la comida en Peru y Ecuador, y según dicen en la mayor parte de latinoamérica, es mucho más accesible que en Buenos Aires. Estoy hablando de la quinta parte del precio por platos abundantes y deliciosos.ba veces menos que la quinta parte.

Por ahora no se me ocurre nada más, si se me ocurre, actualizo. Besos!

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Cosas que extraño de Buenos Aires

Las comidas del Cavern y su gente









Las locuras de mi familia











Cocinar en casa










Ver estas caritas




















Extraño más cosas y gentes, pero me dio nostalgia con las fotitos estas que encontré en mi celu.

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La Intuición

Hoy quería escribir sobre una de las enseñanzas y prácticas que más importante me ha resultado en este viaje: el uso de la intuición.

Desde mi adolescencia, o un poco después, comencé a sentirme llamada por la idea de la intuición. Había oido hablar de eso antes, pero nunca le di importancia, intuición era una palabra que se le ponía a lo que se sabía sin ayuda de la razón. Era casi como un chamuyo para mi mente super racional en un principio, pero pareciera ser que no tardé en encontrarle un hueco a lo racional que sólo podía ser explicado con la intuición, algo que ver con lo que se filosofa sobre la cuántica, en cuyo detalle no quiero ahondar ahora (tampoco sabría bien cómo). Y a medida en que mi mente se fue abriendo a la idea de las sincronicidades y de una cierta sabiduría detrás de las cosas que pasaban, se hacía cada vez más evidente un cierto orden en los eventos, una causalidad dentro de las casualidades y un poder más grande detrás de lo aleatorio. Y se empezó a hacer muy fuerte la idea de elegir con el corazón. De hecho, durante el año pasado escuché harta cantidad de frases con ese eje, escuchar al corazón y decidir en base a eso, que el corazón no se equivoca. Lo interpreto como ese algo que impulsa a uno a moverse, ese algo que no es racional y a veces hasta contradice lo que es lógico. Ese algo que hace que algunas personas nos atraigan más que otras, y que hace que una decisión nos llame más que todas las otras posibilidades.

Como ya saben, estoy viajando sola, lo cual implica una gran responsabilidad sobre las decisiones que tomo, ya que cada una de ellas repercute directamente sobre mi supervivencia e integridad física. Y si hay algo que terminé de confirmar en este viaje, es que esa capacidad de elegir desde ese interior es un inteligencia mucho más cabal que la inteligencia racional. Equilibrar ambas y saber cuándo utilizar cada una y de qué manera es lo óptimo, pero antes de eso creo que es importante desarrollar y dar lugar a la intuición, dentro de un margen seguro (no cruzar la avenida con los ojos cerrados a modo de práctica, a ver si me explico). Y puedo decirlo por experiencia, la intuición sabe. Como dice la frase: "Sólo sabemos lo que sentimos, lo demás es información". Muchas decisiones que tomé durante este viaje, por no decir todas, las he tomado valiéndome de ese instinto, de lo que dice el cuerpo, la tripa, lo que me impulsa, más que lo que pienso. Cuando conozco a una persona, sé si es confiable o no; puedo percibirlo con facilidad, por muy manipuladora que pueda ser una persona (porque hay muchos que gustan de manipular y lo hacen muy bien, pero lo que la mente puede llegar a creerse, la intuición se da cuenta). Sé cuando puedo aceptar la invitación de alguien que me quiere invitar a almorzar, y cuando tengo que rechazar esa invitación, y he hecho ambas cosas sin pena muchas veces. Cuando voy a un lugar, un nuevo pueblo, ciudad o hostel, sé si ese es mi momento de estar ahí o no. La mente a veces me ha dicho cosas como que me quede un poco más, porque todos dicen que el lugar es tan lindo, que cómo me voy a ir sin conocer tal y tal cosa, que es muy pronto. Pero la intuición habla y no le importa el tiempo ni el qué dirán; si me dice que es tiempo de moverse, le hago caso y voy adonde me diga. También le dejo elegir los lugares según lo que sé o no de ellos; a veces he leido, o me han contado de un cierto lugar. A veces es sólo un punto desconocido en el mapa, un nombre en la lista de destinos de la empresa de buses. No importa, dejo que ella hable a través de eso inexplicable que me surge del pecho, y voy adonde me lleve, y les aseguro que nunca me arrepiento; en todo el viaje hasta ahora, no tengo ningún arrepentimiento. Y de lo que la mente racional se encarga es de tomar las decisiones en pos de lo que decida mi intuición: sacar pasajes, tener el pasaporte a mano, no quedarme sin dinero, tener siempre papel higiénico en el bolso, etcétera.

Esa es una de las enseñanzas o puestas en práctica más importantes que he tenido hasta ahora. Y les animo a empezar a escuchar ese instinto, intuición, corazón, impulso, como quieran aproximarse vagamente con palabras a lo que realmente es (que es inapalabrable).

Y viajen. Porque lo que se aprende viajando es inmenso. Próximamente en este mismo blog, "Cosas que aprendí viajando", ansiosa por escribir ese artículo y recopilar mis aprendizajes.

¡Abrazos y mucho amor desde Loja, Ecuador!

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sábado, 8 de agosto de 2015

Y a todo esto, ¿qué hiciste en Máncora? (PARTE 3)

[Continuación de las entradas anteriores]

Para finalizar con esta trilogía mancoreña (y resumiendo un poco pues ya he viajado tanto más y quisiera escribir sobre donde estoy ahora), retrocederé un mes y les contaré brevemente que durante mis tres semanas en Lima, me hice un grupo de amigos hermosos: Luiza, Bruk, Dana, Luis, principalmente. Ellos me hablaban a menudo de otros amigos que nunca llegué a conocer: Jonatan, Leo, y otro Leo (me decían que había dos). Se sorprendían cada vez que les decía que no los conocía, porque pasaban siempre por el hostel, pero se ve que siempre que pasaban, yo no estaba. Volviendo a Máncora:

Dos días después de haberme quedado dormida frente al fogón, la vida seguía soleada y sociable. A la noche, salimos a bailar con Dana y mis dos amigos y compañeros de cuarto, Emi, de La Plata, y Nico, de Córdoba Capi'ital. La noche transcurrió, caminando de un lugar a otro, bailando un poco, tomando otro poco, sentarse en el malecón a charlar, aparece un chico a quien Dana saluda efusivamente, y me pregunta sorprendida si no lo conozco de nuestro hostel en Lima. No lo tenía ni de vista, pero le pregunté el nombre y me dijo "Jonatan"; salté a abrazarlo, fue como conocer una celebridad; me habían hablado cosas buenas de él. Así fue que transcurrió la noche, fuimos a bailar música electrónica un rato y Dana conoció un argentino que le gustó y se pusieron a hablar. Jonatan es limeño, y durante mi estadía en Lima él trabajaba en un hostel que estaba al lado del mio, y salía con una chica que era una gran amiga mia, y aún así jamás nos cruzamos. Me gustó charlar con él y sentí mucha química desde casi el primer momento, como si algo en la mirada hiciera electricidad. Esa noche se convirtió en día y me besó al amanecer. Fuimos a la playa y vi el cielo más lindo que vi en todo el viaje. Me sentí muy bien con él, casi que no me quería despegar, una atracción muy intensa. Y nos seguimos viendo pasando los días. Su plan era irse al día siguiente a Montañita, Ecuador, donde tenía una propuesta de trabajo, pero decidió quedarse para pasar unos días más conmigo. Mis días en Máncora ya estaban terminando, lo sentía, y así es que entre miradas y charlas, aprendí que en verdad su nombre se deletrea JHONATTHAN, y que iba a viajar un rato con él. Se nos ocurrió, y lo hicimos, felices de cruzar una frontera, tomamos luego de unos días el bus a Tumbes, no sin antes despedirme de mi queridísima Máncora, adonde tengo muchas ganas de volver eventualmente. Mi despedida de Máncora: karaoke espontáneo en un barcito poco concurrido, buscando las pistas en youtube y sacándome las ganas de cantar a Celine Dion microfoneada, luego de tanto ukelele y voz pequeña.

En Tumbes (ciudad fronteriza) compramos el pasaje a Guayaquil (Ecuador), lo cual nos dejó sólo con 2 soles para almorzar antes del viaje de 6 horas. Pensamos en comprar un poco de pan, suplicar un buen precio por una palta y conformarnos con eso, así que empezamos a caminar por la calle; nadie sabía dónde se vendían paltas ni pan. Pasamos por un restaurante y yo caminaba con el ukelele (dejamos el resto de las cosas en el bus, salíamos en 40 minutos), y se nos ocurrió hacer un trato. Lo bueno es que Jhonatthan es algo más caradura que yo (y yo he andado mis caminos caradúricos, alucinen), y les propuso a los dueños un show musical a cambio de un menú. Los del restaurante, a regañadientes, nos ofrecieron un segundo plato y ya. Listo, dijimos, y empecé a cantar, mi último "show" en Perú por el momento. A la gente le encantó, me sentí segura y feliz, tanto así que vendí dos discos, recaudé lo que luego equivalió a 8 dólares (ya de nada servían los solcitos), y los dueños del restaurante nos regalaron dos menúes completos! La mejor despedida de Perú. Llena de agradecimiento, tomamos la sopa de entrada, bebimos el jugo de maracuyá, y pedimos el plato principal para llevar porque si no no llegábamos al bus. Y allí fuimos, a por tierras ecuatorianas.

Perú, experiencias inolvidables y un país al que definitivamente quiero volver, y volveré.

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jueves, 6 de agosto de 2015

Y a todo esto, ¿qué hiciste en Máncora? (PARTE 2)

[Continuación de la entrada anterior]

Entré al restaurante más bonito de Los Órganos; estaba frente al mar celeste, subías unas escaleras y te lo encontrabas: la decoración era bien sencilla, piso gris y paredes blancas; la barra de madera, y lo más bonito, era una gran galería. La pared que daba al mar era un ventanal gigante, el resto no tenía pared, y aún así la temperatura estaba fresca ahí dentro. Me dijeron que sí podía tocar, sin problemas, y entonces me paré y comencé. "Canción para Carito", mi caballito de batalla, y a continuación el clima playero y hawaiano me incitó a compartirles "Somewhere Over the Rainbow", versión ukelelística. Recibí, como pocas veces, muchos aplausos (los peruanos son muy tímidos para aplaudir en general), y finalicé con el vals peruano "Que nadie sepa mi sufrir". Vendí casi todos mis discos, recibí muchas sonrisas, felicitaciones, preguntas curiosas, las de siempre: ¿estás viajando solita? ¿Te gusta Peru? ¿No te da miedo? ¿Tus papis te dejaron salir? ¿Te comunicas con ellos, verdad? ¿Y cuánto tiempo más estarás viajando?

Al terminar, una de las mesas me comenzó a charlar, en especial un italiano de alrededor de 60 años, muy flaco y, se lo notaba, muy extrovertido. Estaba emocionado porque su madre se llamaba María Eugenia (así me suelo presentar ante el público), y es un nombre que nunca volvió a oir nombrar. Giorgio nació en Italia, pero vivió gran parte de su vida en Perú, donde Eugenia es un nombre muy poco común de tan antiguo. Le encantó, como a todos en su mesa, la música que había hecho, y me contó que pertenecía a una empresa que realiza tours en Máncora. Junto a los otros sentados en la mesa, hace excursiones a El Ñuro, lleva a la gente a nadar con las tortugas marinas, y luego a almorzar a Órganos todos los días. Otro de los tours consiste en ir a Los Manglares, unos árboles marinos que albergan aves de todo tipo. Me invitaron a un plato de deliciosos chicharrones de pescado (con arroz, ensalada de palta y yuca; amor por los platos de comida peruanos), y me comentaron que lo que podría hacer, en caso quisiera, es ir a los tours de forma gratuita, hacer todo lo que hace el público y, a la hora del almuerzo, como parte del tour, se ofrecería mi música; allí podría pedir colaboración y vender mis discos, y el almuerzo estaría cubierto por la empresa. Imagínense mi respuesta... Almorzando con ellos conocí a Zabaleta, el dueño de la empresa, muy callado y serio pero aceptando en silencio la propuesta de Giorgio (uno de los guías más jovatos, y coordinador de los tours), Gabriel, el guía que hace dos excursiones diarias al Ñuro (nado con tortugas), uno de los peruanos más lindos que vi en mi estadía en Perú. Había un chico más en la mesa, pero no lo volví a ver luego de ese día, así que ya no lo recuerdo.

Al día siguiente fui a la empresa que estaba en la calle principal de Máncora (que para este entonces ya conocía muy bien), y salí a hacer una excursión a Los Manglares, con un guía llamado Jhon (peruano, llamado Jhon). Jhon tenía alrededor de 26 años, muy alto y simpático. Hice la excursión y me sentí, por primera vez, muy, muy turista. Jhon hablaba acerca de muchas cosas, fuimos primero a distintas playas más al norte de la costa, las cuales supuestamente tenían agua más verde esmeralda, más cristalina, más tibia. Lamentablemente, el día estaba nublado, así que ninguna playa brilló de colores bonitos, pero nadé en cada una lo mismo. La visita a los manglares fue interesante, no mucho más que haber ido a Bahía Aventura de pequeña. A la hora del almuerzo canté con buen resultado, y terminé el día agotada y feliz.





Ese mismo día era la víspera del cumpleaños de Giorgio, quien me invitó a cenar a un restaurante italiano con sus amigos. Acudí a las 21 hs con mi ukelele en mano, y canté algunas canciones a pedido de Giorgio; estaba dichoso (y borracho). Cenamos pizza e intenté, sin éxito, tomar vino tinto (no pude pasarlo). Después de cenar, salimos a bailar, Giorgio y todos. Bailar es tan fácil en Mancora, los boliches están abiertos y a metros de la playa, es casi difícil no bailar. Ese día aprendí a bailar salsa con Giorgio y aprendí a hacer un pisco sour.

El día siguiente (o el que le siguió) fui al Ñuro, con ukelele en mano y bikini debajo para nadar con las tan promocionadas tortugas gigantes. El día estaba soleadísimo, y el mar del Ñuro estaba azul y alucinante. ¿Nadar con las tortugas? No estuvo mal, experiencia interesante, lo hice sólo una vez, y hay algo en las experiencias que todo el mundo encuentra "imperdibles" que me importan poco. Son animales, y nadé cerca de ellos, qué tanta alharaca. (Me siento ortiva relatando mis actividades turísticas con tan poco entusiasmo pero bueno, así soy). Nuevamente canté al mediodía, almorcé el mejor ceviche del universo, y comenzamos a entablar una amistad muy bonita con Gabriel (uno de los peruanos más liindos de Perú) que creció con los días; Gabriel tiene 26 años, mancoreño que vive atrapado entre sus ganas de trascender su vida, de hacer algo más, y su rueda de adicciones varias que lo mantenían en el mismo lugar. Gabriel necesitaba alguien con quien hablar, y yo alguien que me abrazara sin otras intenciones, y nos ayudamos mutuamente en eso, cuando no decidía yo alejarme porque demasiadas adicciones me generan salir de ese lugar, con impotencia, pero aprendiendo de todo.





Pasaron los días y el sol seguía brillando, y Máncora me seguía abrazando. Iba a cantar a Los Órganos todos los mediodías, o a veces me quedaba en el pueblo y cantaba con mi amiga María Laura. Me hice cada día más amigos, al punto que era común caminar por el pueblo y encontrarme con mucha gente.

Un día estaba mirando libros en una tiendita bien chévere, cuando me llaman "Euge!!!", miro y era Dana, una chica alemana que conocí en Lima y llegué a querer mucho; me puse contentísima de verla. Nos abrazamos mucho, y me presentó a Regina, una española muy bella que ella misma acababa de conocer. Cenamos Dana, Regina, yo y Adar, un israelí que había conocido el día anterior en la playa y me cayó simpático; no conocía a nadie en el pueblo y no podía con su español. Cenamos, fuimos al hostel de las chicas y volví temprano a mi hostel, el ambiente no me hizo tanta gracia, y estaba cansada.

Unos días después fue el cumpleaños de Dana, y decidí hacerle una torta. Ojalá fuera de esa gente que gusta de sacarle fotos a todo, tendría más material visual para acompañar estos relatos. La cuestión es que hice una "chocotorta" con galletas de vainilla mojadas en café, y capas de manjar (casi dulce de leche), y arriba frutillas y algunas uvas, y chocolate. Me pasé. Esa misma noche había arreglado para cantar en un bar muy hermoso de Máncora llamado Atelier, canté ahí, una de las experiencias artísticas más bonitas ya que la idea era cantar canciones originales lo más posible, y aproveché esa oportunidad para abrir mi corazón al público. Otra cosa que me conmovió: invité a mi amigo de Israel y a una mujer de Noruega; vinieron temprano y, como el bar estaba vacío, se les ocurrió salir a la calle a jalar gente diciendo que iba a cantar. Con su limitadísimo español, la noruega y el israelita me llenaron el bar. Ternura máxima por estos seres.





Luego de cantar, fui a buscar la torta de cumpleaños a mi hostel y salí a encontrarme con Dana, Regina y sus amigos canadienses, habíamos quedado encontrarnos en un lugar y horario vagos. El resultado: buscar por todo Máncora a Dana con la torta en mano, con los chicos que compartían hostel conmigo: un cordobés y un porteño que me vieron hacer el pastel y se prendieron al festejo y, al parecer, a la búsqueda de Dana. Eventualmente la encontramos y fuimos a hacer una fogata en la playa. Cantamos, comimos torta, tomé vino tinto y toqué la guitarra hasta quedarme dormida frente al fuego. Alrededor del fuego había más gente desconocida por mí que conocida, pero todos eran amigos de amigos. No tenía ganas de sociabilizar, sólo canté encerrada en mi pequeño mundo. Poco sabía que en esa misma ronda estaba sentado, escuchándome, mi futuro compañero de viajes.

Continuará...





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sábado, 1 de agosto de 2015

Y a todo esto, ¿qué hiciste en Máncora? (PARTE 1)

Sí, mucha cháchara, pero como ayer dejé las tierras de mi querida Máncora y, sobre todo, de mi hermoso Perú, quería volverme un poco más específica respecto de qué me pasó en mi último destino (resumiendo para hacer entretenida su lectura).

Llegué a Máncora el domingo 12 de julio a las 4.30 hs. Pensé erróneamente que, a pesar de llegar a esa hora, podría descansar en "la terminal" hasta que amaneciera, y luego salir a buscar alojamiento a la luz del día. No fue así, error de viajera novata. El bus nos bajó a todos en la ruta panamericana, y nos rodeó una jauría de mototaxistas hambrientos ofreciéndonos llevarnos a hospedajes distintos. Viendo que descansar en la calle de noche no era una buena opción, decidí confiar en uno de los mototaxistas, quien me dijo que lo más barato en habitaciones compartidas era 25 soles (venía pagando entre 10 y 15 en otros lugares); confié en su palabra y me llevó a un alojamiento en apariencia muy bello. Había hartas hamacas paraguayas y se sentía mucha paz. Era casi de madrugada y hacía calor, eso fue lo que más me llenó de dicha al llegar a Máncora. El dueño del hostel me cobró, luego de negociar un poco, tres noches a 20 soles cada noche. Yo no estaba nada feliz, no me gusta nada pagar por adelantado porque en verdad no sabía si iba a querer quedarme por tanto tiempo, aunque fuesen sólo 3 días. "Ya pues", pensé con mi nuevo acento peruanoide. Acepté porque era de noche, estaba sola y no sabía nada acerca de alojamientos en la zona (otro error). El lugar no estaba mal, ofrecían desayuno (infusion, tostadas con mantequilla, mermelada y huevos revueltos), la habitación era chica e incómoda, muy calurosa, pero eso no era tan grave ya que me pasaba todo el día afuera; la playa, me dijeron, estaba a media cuadra del hostel, y por suerte en eso no me mintieron.

Cómo explicarles mi primer contacto con el mar... Me recuerdo sacando de la mochila la malla, por primera vez, no porque mis otras bombachas estuvieran sucias, como me suele suceder, sino porque estaba vistiéndome para una cita. Me maquillé con protector solar (factor 50, para Mance y Pance que me leen inquietados), me puse un vestidito floreado por encima de la malla blanca con lunares verdes manzana, y salí emocionada al encuentro. Momentos de expectación al caminar para donde me habían señalado, era como un pasillito de arena desde el cual el mar no se dejaba ver aún, ya que estaba un poco más abajo. El día estaba delicioso, soleadísimo, y caminé, y caminé, y vislumbré el horizonte mezclado con el cielo, azul con azul, un inmenso azul que se agrandaba y se agrandaba hasta descubrir los movimientos juguetones del mar: olas, espuma, agua salpicando al agua por el sólo movimiento del agua gigante que no tardó en llegar a mis pies; corrí a buscarlo. Estaba en Máncora, Perú, estaba en el paraíso. El agua estaba apenas fría, ese primer instante de estremecimiento en el que me gusta gritar y luego la temperatura se vuelve la de tu cuerpo. No tardó en seducirme este mar, al rato de encontrármelo, corrí sin dudarlo a su contacto total. Sentí las olar pegar en mi cuerpo, el frío refrescante que calmaba el calor del sol, sumergirme, y ser sirena, canturrear como siempre la canción que canta Melody cuando se convierte en sirena en La Sirenita 2, de Disney, y sentir algo como lo que ella debió haber sentido cuando decidió hacer ese trato con la hechicera a cambio de vivir en el mar. Ser parte del mar, limpiar mi cuerpo con la sal, sentir como el agua salada entraba a mi boca a veces, flotar tan fácilmente que era casi como levitar. Frescura, amor, meditación, éxtasis al verme sola en esa masa inmensa de agua y agua y agua azul que se extendía por todo el horizonte, simplemente estando, ondeando, siendo puro movimiento. El mar y yo comenzamos una relación que aún continúa y espero nunca cese.





En el hostel había gente muy linda (tal vez lo diga muy seguido, pero les juro que no dejo de conocer gente que me enseña y maravilla); conocí a María Laura, una cordobesa con el acento más cordobés del mundo, que estaba trabajando aquí de camarera, juntando dinero para ver qué hacer. Había estado en Ecuador durante todo el tiempo que le permitieron, regresó a Perú a esperar el año que le corresponde para volver a Ecuador, tiene ganas de ir a Vilcabamba a iniciar un proyecto de cerámica (su oficio principal), su propio taller, vivir allí. A tal fin, está en Máncora esperando, y disfrutando su espera. Toca el ukelele, tiene uno más grande que el mio, no tardamos en congeniar y armar unas canciones y salir a cantar en los restaurantes de Máncora, con un resultado inicial impactante: en el primer restaurant cantamos la Canción del Jardinero, de María Elena Walsh, y la Zamba para Olvidar, versión cumbiecita, y nos dieron 10 dolares de colaboración entre otras cosas, y nos invitó a almorzar un señor que ya se iba; pagó nuestro menú y se fue; deliciosa colaboración. Comimos y seguimos cantando, como resultado final: mucho disfrute. Con ella charlamos un montón de muchas cosas, y entablamos una linda amistad.

Los primeros días conocí a un grupo grande de argentinos viajeros que se quedaban en un camping cercano a mi hostel. ¿Cómo conocer gente nueva? Simplemente hablar. El resto se hace solito. Cocinamos la cena entre todos, pasamos una puesta del sol en la playa enterrando por completo en arena a uno de los chicos, haciendo esas cosas que divierten tanto de viajar en grupo. Había un par de chicos de Caseros y Moron... Y nos encontramos en Máncora, curiosidades de la vida.

Los argentinos se fueron en seguida, averigüé sobre un mejor hostel llamado Donde Raúl, grande, verde y tranquilo, donde cobraban la mitad que el otro hostel. Me cambié a ese apenas se cumplieron los tres días que había pagado, y en este nuevo hostel es que conocí a Matias, de La Plata, geólogo, se tomó un par de semanas de vacaciones y se sorprendió al ver tanta gente viajando por lapsos tan largos de tiempo, y confundido por tener tantas ganas de hacerlo. Adicto al mate y muy buen pibe. Roger, de Bélgica, me ayudó a practicar mi francés, aprendió a hablar español haciendo una pasantía de no recuerdo qué en este momento en Córdoba, Argentina, y era gracioso escucharlo hablar con sus erres y vocales cerradas de su lengua natal, pero usando cantidad de jergas argentinas y cordobesas como si nada. También, un chico muy buena onda y muy dulce al hablar; con ellos dos pasamos algunos días, yendo al mar, saliendo a tomar unas cervezas (que aún no logro que me gusten, pero un jugo de maracuyá o un pisco sour me hacen feliz). Hasta que ambos se fueron: Matias tenía que volver a su "vida real", como él decía, y Roger quería conocer el caribe en menos de dos meses, así que siguió para el norte, a paso europeo.



Quedé en el cuarto gigante sólo con una irlandesa que llegaba hace poco con quien intenté tener un vínculo, pero ella no parecía tener interés en ello, así que sólo eran holas y chauses.

Un chico que había conocido en Lima, también argentino músico viajero, me comentó que "en Órganos está la papa", que se gana muy bien haciendo música en los restaurantes de allí. Así que decidí ir un día. Los Órganos es una playa que está a 15 minutos de bus. Y qué decirles, una imagen vale más que mil palabras.






Descansé bajo una sombrillita de paja, sintiéndome feliz, tan feliz, tan...

Y al rato se hizo la 1 del mediodía, hora perfecta para ir a llevar mi música a los restaurantes. Fui caminando por la playa hasta encontrar el primero, subí las escaleras, y pregunté.

Continuará...

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