viernes, 13 de noviembre de 2015

¡Ups! Me enamoré otra vez...

No hay que enamorarse cuando uno viaja.

No sé por qué, pero he escuchado esa frase varias veces en los últimos meses.

Pero ella me encantó con su paz, su belleza, el fluir de sus hermosos rios y paisajes que te quitan el aliento cada vez que vas caminando desde tu hogar temporal hacia el centro, o de lo de tu colega hacia el restaurante de siempre (donde me recibe el dueño con una sonrisa y me va preparando la sopa de entrada, cálida como todo aquí, excepto el clima). Entiendo por qué se llena de extranjeros, ¿quién no quisiera vivir en ella? Tiene una cadencia que extatiza hasta al más muerto.



La gente que vive acá, habla con la tonada más dulce y extraña que jamás he oido. Las primeras semanas dije que no quería irme de Cuenca sin aprender a hablar cuencano fluido. Creo que ahora, a dos meses de estar aquí y dos días de irme, creo haberlo dominado, luego de varios intentos fallidos que han resultado en cordobés mezclado con chileno (no se lo imaginen).





Cuenca, Cuenca, Cuenca. La tierra de los que buscan paz, buscan recomenzar, buscan simplemente ser abrazados por todo lo que es bello en este mundo. ¿Cómo no querer quedarse?




Me enamoró Cuenca, y decidí quedarme aún sabiendo que la sierra no es un clima que me haga bien, que hay tantas playas y lugares hermosos por ver en Ecuador, que hacer dinero era en verdad más fácil en otros sitios. Me quedé hasta el último momento sin haber encontrado paz ni felicidad absoluta, pero me quedé lo mismo por no poder dejar lugar tan despampanante.



Y conocí gente, oh, he conocido gente de todo tipo, gente de la que he aprendido cosas, de la buena y no tan buena forma. He conocido la ayuda de completos extraños, así como la indiferencia total. He conocido el miedo y el amor embotellado en las formas más extrañas. No es esta una entrada anecdótica, ya que si lo fuera, se tardarían siglos en contarlo todo, o la milésima del todo.









Sólo quería dejar pequeño testimonio del amor que sentí por el rio Tomebamba, por las calles coloniales, por las personas que conocí allí, por la magia que despertó en mí este rinconcito del mundo.

Gracias, Cuenca,
me fui con unas lagrimitas en los ojos.

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